El público de la danza como posible bailarín
Por Renée de Pedro
Marzo 2019, México
A partir de la
pregunta ¿El público necesita ver danza? Se da pie a una reflexión en torno a
las necesidades del que hacedor y del que asiste a ver el espectáculo escénico ¿Quiénes
son nuestros públicos? Funge como uno de los cuestionamientos principales para
guiar este hipotético diálogo, buscando resolver problemáticas materiales, como
la falta de asistencia a los teatros, el poco presupuesto asignado a las artes
escénicas, el distanciamiento entre el creador y el que observa, entre otras
cuantas más.
Es con El Espectador Emancipado (2008), de Jacques Ranciere que localizo una posibilidad de aproximarse a la
solución de los problemas planteados. Éste reconoce en su libro un conflicto de relación, de comunicación del artista
con el otro, y encuentra diversas formas en las que el Arte Contemporáneo ha intentado
resolver dicha ruptura. En su primer capítulo, sugiere que el principio del arte está donde el espectador se vuelve
parte de un acto que le invita a participar, construyendo junto con el artista,
la obra misma.
Con una aproximación pedagógica, donde pareciera que la obra, o bien, el
fenómeno artístico es parte de un proceso de aprendizaje, Ranciere propone eliminar las jerarquías para así
construir un acto emancipador, construir
el camino conjuntamente. En palabras del autor (2009): “(…) el borramiento de la frontera entre aquellos que actúan y aquellos
que miran, entre individuos y miembros de un cuerpo colectivo.”
Con esta introducción se puede vislumbrar el rumbo de la reflexión,
partiendo de la hipótesis: si se logra construir un puente, entre el/los
público(s) y la obra/artista, que posteriormente se vuelva un espacio
homogéneo, se estará logrando cambiar y diluir las características de los
personajes participantes, y a su vez las jerarquías. Se estará haciendo, no el
fenómeno del arte como un diálogo entre el creador y su espectador, sino una
comunidad de diálogo.
Entonces, ¿cómo aproximarme al otro?, ¿qué necesidades para con la danza
tiene el público “de a pie”? Me remonto a mi clase de Historia de la Danza con el maestro Gustavo Herrera, quien en una
de las primeras lecciones dictó con palabras similares a estas: la danza es el arte más antiguo del hombre,
desde la prehistoria el ser primitivo ya la incluía en sus rituales y
manifestaciones estéticas. Intuyo haber encontrado parte de la respuesta.
La necesidad de movernos, de tener contacto con nuestro cuerpo, de
manifestarnos con él y a través de él, la tenemos todos, es una necesidad
humana la de la danza, la de demostrarnos como un cuerpo vivo.
Las preguntas están dadas, una primer hipótesis también, pero encuentro
paralelamente un problema que va desde el planteamiento mismo: ¿no será que estamos
considerando erróneamente lo que es la danza?, no entonces deberíamos
cuestionarnos nuevamente ¿cómo creemos que debe ser o no la danza? Si por un momento dejáramos de conducir nuestra labor
pensando en mis necesidades como
creador, y pensáramos en nuestras
necesidades, ¿no sería más fácil, resolver las problemáticas relacionadas con
el/los públicos de las artes escénicas, colocándonos desde este nuevo espacio?
Volvemos nuevamente a preguntarnos ¿qué es la danza?, ¿para quién es la danza:
para quien la hace o para quien la ve? Es complejo considerar que una
tradición, como es la dancística, ha llegado a un límite histórico donde debe
nuevamente, así como sucedió a principio del s. XX con Los Ballets Russes de
Diaghilev, o bien, con los pioneros de la Danza moderna, como Martha Graham y
José Limón, renovarse y cambiar sus maneras de creación. Dónde quedaría la
tradición de asistir a un teatro, sentarse en butaquería y esperar a ser
testigo de un despliegue de belleza y virtuosismo.
Es claro que las necesidades del espectador han cambiado, las necesidades
del campo mismo (Bourdieu, 1993) son diferentes, las respuestas creativas
tendrían que estar a la par. Si seguimos pensando la danza del siglo XXI, para
gente del siglo XXI, como se pensaba la danza hace 100 años, definitivamente habrá
un quiebre en los resultados.
La labor es compleja, la tarea de renovar nuestro pensamiento y
reflexionar sobre el mismo no se resolverá con este ensayo. Por lo cual, considero relevante hacernos
estas preguntas diariamente, constantemente mientras como creadores buscamos
defender nuestro quehacer. Para esto, Ranciere sugiere pensar en un arte crítico, capaz de desplazar su antigua configuración,
generando una constante búsqueda de mecanismos nuevos para provocar en su
estado óptimo la posibilidad de un saber.
Recurriendo a otro autor, Gadamer (1991) invita a pensar al arte como una
fiesta, encuentra en la ceremonia un gran símil con el fenómeno de lo artístico,
ambos intentando designar una permanencia en lo efímero. Recuerdo al maestro
Herrera y me preguntó si la danza no tendrá esta misma función de perpetuar a
través de la celebración en comunión con el otro, de transgredir esta
determinante finitud que ha sido corroborada con un cuerpo sensible.
Foto de Marta Moreno https://amartamoreno.wixsite.com/cinematographer
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