Autobiografía



Dicen que llovía. Dicen que era una bebe hermosa. Dicen que la madre estaba drogada, que veía luces de colores que subían y bajaban, cambiaban su tonalidad. En su abdomen. El padre llegó, eso cuentan, con un arreglo de globos que decía: “De: mí y Renée”. Renée fue su nombre.

Renée aprendió que tenían dos padres que la cuidaban, alimentaban, arropaban e incluso, que la amaban. Aprendió rápido a pedir agua y comida, así como otros caprichos que le concedían. Aprendió a hablar, a descifrar códigos y a utilizarlos de forma habilidosa.

Antes de cumplir los tres años, Renée recibió un presente de la casualidad, y descubrió que no era el centro del cosmos, que debía compartir la rotación planetaria con otro astro brillante. La noticia no la maravilló. El padre y la madre le asignaron la tarea de nombrar a éste nuevo astro. A él lo llamó Diego.

Los planetas siguieron el curso esperado y los astros supieron colaborar en sincronía con pequeños tropiezos y algunos que otros aciertos. La manipulación les encantaba.

Partió como es esperado al instituto que le enseñaría que es educado considerar a los otros como iguales, como pares, compartir, escuchar y tolerar, y tolerar y tolerar y tolerar.
“No seas violenta” le decían “Tus palabras lo han lastimado” escuchaba a menudo “Trata de entender su condición empobrecida, lamentable, desfavorable” Pero él es igual, él es igual él es igual. Confusión.

La tormenta se avecinaba. Dicen que llovía. Ella vio la lluvia caer, caer sobre ella, nublar su vista, nublar el eje que la mantenía en el centro, donde los planetas rondaban y la saludaban. Dicen que llovía, llovía tanto. Ella sintió que los cuerpos acuosos que convivían dentro de su anatomía querían salir, querían conocer nuevas aguas. Ella se humedeció y permaneció en éste estado largo tiempo. Las aguas sólo salieron, no hubo otras que las remplazaran.

Los cambios geográficos, topográficos, dieron pie a nuevos expectativas, a nuevas preguntas. Confusión. Confusión. Ella estuvo confundida. 

Una mañana despertó preguntándose cuando cesaría la tormenta, el sol, la luz, había demasiada luz. Había demasiada. Muchas sombras trazaban un camino claro, nítido, pero sobre todo acelerado.

Ver y esperar, inmovilidad y esperar. Pero el tiempo apremia, y sorprende con novedades que habrán de tener su propio curso, su inicio, su tormenta, y su sequía. Y así fue como un día Renée despertó compartiendo un camino. Despertó, y el camino era sólo para ella.

“El camino es tuyo” eso decían, “El camino es tuyo” eso escuchaba. Hay verdades que ella cree, es seguro, pero hay verdades que ella cuestiona, que ella cuestiona incluso conociendo su veracidad.
“Si el camino es mío, si el camino es mío y sólo mío, ¿Por qué camino y encuentro que hay árboles? Si el camino es mío y sólo mío, por qué los árboles ensartan sus ramas en mis extremidades, y me invitan a comer de sus frutos”.

El camino, no era sólo de ella. Caminar es un acto de heroísmo, hay valentía cuando uno decide que el facto bípedo, es una constante del movimiento y la vida misma, y el eje que nos asienta a la tierra, tiene posibilidades y esas posibilidades pueden celebrarse en compañía.

Asentarse en la tierra. Planetas que giran. Astro luminoso. Nada de eso existe. Ella supo que todo aquello era una verdad cuestionable, refutable. 

Era un día lluvioso, porque eso dicen, porque eso creyó, porque eso era. 



-Escritoenmarzodedosmilquince-


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