Una tarde con David

Por Renée de Pedro
Enero 2016, México.

Hace algunos años, cuando iba en la prepa, me dejaron de tarea ir al Museo de Antropología e Historia, para observar a las Venus prehispánicas. Como la mayoría de actividades en la escuela, debía hacer un reporte para demostrarle a la maestra que había ido. Honestamente, siempre me molestaron este tipo de ejercicios, y decidí hacer el reporte, pero en forma de un cuento breve, no hablar del museo, y hablar de las cosas que pasaban por mí cabeza en los diecitantos. Y esas cosas, se podrían haber resumido a sólo una: la música. -Buscar quién era y quién quería ser, como deporte de cualquier adolescente frustrado con lo obvio-. Sí, yo era de esas que le hablaba a pocos, odiaba a muchos y soñaba con tener una banda indie, donde ninguno de los integrantes fueran músicos de escuela, pero sí gente que buscaba un escape en lo pagano y delicioso de la música. Como la mayoría de mis sueños adolescentes, eso jamás sucedió, pero definitivamente esta "pasión" me hizo la vida en la prepa más llevadera. Y hasta el momento, sigue siendo a veces, la única forma de disfrutar lo efímero y olvidarme de lo otro.

Ahora como pretexto de su muerte (usted seguro ya sabrá de quién hablo, debido al alarde que se le ha hecho estos últimos días), quiero agradecer a aquellos raritos que se enfrentaron a la crítica, a lo aceptado y a lo comercializado. Aquellos que me guiaron en mis años más tristes, y me ayudaron a hacerme de una identidad propia, de un gusto propio, y quienes me hicieron sentir perteneciente a algo, ¿A qué? No me queda muy claro todavía.








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