CAMINAR. GIRAR. CAER.
Por Renée de Pedro
Junio 2016, México.
“Mujer desnuda caminando y arrojando pañuelo sobre el hombro” (1887) del cineasta Eadweard Muybridge.
Primera Etapa:
Durante el segundo semestre de la Licenciatura de Coreografía de la ENDCC, trabajé en el ejercicio coreográfico que lleva por nombre: Caminar. Girar. Caer. Di inicio a un nuevo proceso creativo utilizando herramientas para la elaboración de una puesta en escena dancística, como lo son la Orquestación de grupos, Estructuras de Forma, la Frase, el Unísono y el Canon.
Con la necesidad de cumplir con los requisitos académicos, y habiendo trabajado durante el periodo de febrero-junio con ejercicios que evocaban el acto de caminar como motivo para la exploración corporal, desarrollé una frase de movimiento que traduje a la oración: Caminar es un paseo al interior. Caminar, como el inicio, seguido de un promenade (paso de Ballet) –paseo- hecho en una dirección en dedans –hacia adentro-. A partir de este primer elemento, comencé la experimentación corporal, recurriendo siempre a los principios de dicha acción, no sólo desde lo motriz, sino también como un concepto humano de la traslación, dominio territorial, así como manifestación primaria de movimiento, de vida.
La importante decisión de retomar elementos de la danza clásica, nació de la constante interrogante del cómo utilizar las “raíces” técnicas (estudios previos) para desarrollar una propuesta propia y auténtica de movimiento. Imposible es negar la forma en que se educa a un cuerpo que en principio es animal, social, pero no bailarín. Es por eso, que sin crear una batalla de jerarquías, decidí integrar a mi etapa de creadora escénica, lo que mi cuerpo había aprehendido durante 12 años de su desarrollo. Elementos diversos con los cuales, me di licencia de construir y deconstruir, para reinterpretar el lenguaje con el que me comunico.
La fotografía arriba mostrada, fue el detonador que dio pie a la improvisación de movimiento, y a su vez guió el resultado estético; un trabajo que desmenuzara las imágenes que reúnen en su totalidad una acción, como lo habría hecho a finales del siglo XIX el inglés Eadweard Muybridge. Hacer un estudio minucioso de la posibilidades diversas que las propias características del caminar pueden provocar: el bebe que gatea, la mujer embarazada, el anciano, el niño aprendiendo a moverse de forma bípeda, el pas de bourrée suivi como abstracción, etc.
El uso espacial, y el trazo en el mismo fueron delimitados exclusivamente a líneas horizontales con cortes transversales, lo cual excluyó la mirada del intérprete de la frontalidad del espectador. Observar el perfil, como la imagen de Muybridge, permite alejar la privacidad y la personalidad de aquél que ejecuta un movimiento y es observado.
Segunda etapa:
Se presentó como requisito estructural de la Forma del ejercicio coreográfico desarrollar un segundo momento que contrastara con el primer espacio temporal. Fue entonces que exploré con una segunda frase, basada en las acciones del giro y la caída, siendo estas, bajo una perspectiva de lo motor, contrarias a la primer acción de traslación. De igual forma, bajo un marco teórico-conceptual, el giro y la caída representaban momentos decisivos en el desarrollo lineal y experiencial de la vida de un individuo. El inicio de la nueva frase estaba en el giro, que era sorprendido por una caída, de algún segmento corporal, o del cuerpo como unidad.
Con éste material, construí diversas formas de llevar a cabo dichas acciones, dando una gama menos limitada para la combinación de las opciones a ejecutar. A estas variantes se les dio un número: 1, 2, 3, y combinación, y junto con las intérpretes se decidió la secuencia en que cada una de ellas habría de llenar el espacio en escena, dando libertad en las dinámicas, el trazo espacial, la duración, entre otros elementos. Esto desembocó en un canon libre y de fragmentación, dependiente al azar y la incertidumbre de una ejecución abierta.
El ritmo y la estructura:
El ritmo entendido como un concepto musical, históricamente en la danza ha dirigido la manera de integrar el movimiento corporal dentro de una estructura ajena: la musical y sonora. A partir del siglo XX, se buscaron nuevas formas de relación, con la finalidad de generar descubrimientos con posibilidades diferentes a las tradicionales. Es por eso que el juego rítmico y de tiempo, a través de lo sonoro, me pareció una herramienta pertinente de explorar. La repetición, el ritmo púlsico, lo aleatorio y lo respiratorio, fueron pautas retomadas para dar continuidad al ejercicio. De igual manera, el silencio como un elemento del ritmo estructural de la pieza, fue primordial para detonar con mayor claridad y nitidez los lineamientos estéticos y generar una tensión e incomodidad en quienes presenciamos el evento.
Dentro de la misma búsqueda, las pausas, los momentos sostenidos, que interfieren con el recurrente transitar inmediato de una puesta en escena, por el temor al tedio, el aburrimiento así como a perder la atención de quien observa, fueron para mí retos y elecciones obvias en la construcción de la Forma. Las transiciones incómodas, los errores previstos, la monotonía, la falta de adorno, y la reducción a lo más simple, se sumaron al repertorio de herramientas para la creación.
Ejecución, montaje y resultado:
En lo más simple está el germen de lo complejo, y bajo esta suposición trabajé en conjunto con las intérpretes, con el mismo rigor de un montaje tradicional del Ballet, pero dando cabida a la sugerencia, la variabilidad, y al cambio de lo primeramente establecido como coreógrafa.
Sin mayores intenciones que las de mostrar un ejercicio que utilizara las herramientas aprendidas en el curso escolar, construí: Caminar. Girar. Caer. A pesar de esto, enfaticé en lo sonoro y en las imágenes corporales, la influencia de la cultura de post guerra en Norteamérica, la cultura pop, y la modernidad con su explotación del cuerpo como máquina, pero sin ser estos elementos prioridad.
Mi mayor apuesta fue ¿Qué pasa si nos detenemos a observar a cuatro mujeres de negro: caminando, girando y cayendo?
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