Abandoned (borrador 1)
Por Renée de Pedro
Noviembre 2016, México
En una sala alumbrada, con muebles vestidos de estampado donde pajarillos comen zarzas, y flores de azar los acompañan al vuelo, reunidas bajo el sonido de la tetera, el olor a café desprende una que otra sonrisa en los labios pintados de las cinco. Es hora de empezar el debate, cada una prepara sus papeles, entrega a la mirada publica su discurso, largo-confuso, pero que ha de encontrar algún lugar en el campo de batalla (imagen 1).
–Llevamos más de un mes, intentando jugar esta partida– dice una de ellas, mientras las otras atentas arreglan su ropa, se lamen los labios para articular las palabras con mayor soltura, quieren comenzar (acción 1).
La primera, la valiente, tira la ficha que estrena y dice –Si tuviera que elegir un momento del año para realizar el viaje, elegiría el verano, caluroso y húmedo. Podemos todas quitarnos la ropa, tomar el sol y disfrutar de uno que otro coctel. Mi tía tiene una casa en la Riviera, en el verano llegan una aves que vienen volando desde África, y juegan un rato en los jardines. No se quedan mucho tiempo, pero su estadía alegra los días. He hablado anteriormente con mi tía, dice que no hay problema, sólo debemos pagar el servicio del agua, para poder llenar la piscina, mojar nuestros pies, ya saben, disfrutar un poquito el momento, dejarnos llevar y ver que pasa– (apuesta 1).
Silencio, nadie produce ni una sola palabra, las fichas se mueven lentamente. Es turno de la segunda. –Me encantaría poder acompañarlas a ese viaje, pero en realidad, he venido a decirles que no me será posible. He recibido hace un par de días una llamada de mi prima. Mi madre ha enfermado, y tengo que ir a cuidarla. Tiene una enfermedad que le ha reducido el espacio entre vértebra y vértebra, y no logra levantar la mirada, por lo mismo. Es por eso que ahora está todo el tiempo viendo al piso, y quejándose de la señora que hace el aseo. Dice que no limpia bien, que el piso está lleno de polvo y de pelusa. Mi prima ya no sabe qué hacer, y en su desesperación corrió a la criada. Y ahora debo ir, para ayudarle con la limpieza primeramente. La enfermedad de mi madre no tiene remedio, ni aunque fuera un brujo podría sacarla de esta. Pero qué más da. Al menos que vea limpio el piso, para que no haga corajes. En fin, siento mucho no poder acompañarlas, sé que será un viaje maravilloso, y que la pasaran muy bien. Las cuatro juntas, en la casa de la Riviera, suena fantástico– (apuesta 2).
–Pero, ¿cómo que no vas? Esto debe tener algún remedio. Si cambiamos la fecha quizás... No tiene que ser un viaje largo, ni tenemos que ir hasta la Riviera, podemos cruzar la ciudad, rentar alguna cabaña y pasar sólo dos días. Debe haber alguna forma de juntar nuestros planes. Digo, la intención de todo esto es compartir un rato de confianza, ver en qué andamos, tomar un té por la mañana, cocinar un poco juntas. No hay necesidad de interferir en las necesidades de las otras. Y lo de tu madre, ¡qué pena, no sabes como lo siento! Pero si dices que no tiene remedio, pues para que te vas hasta su pueblo, mándale a otra criada, o una enfermera, para que le limpie bien el piso a donde mira todo el tiempo. Conozco a alguien que seguro tiene los datos de alguna. Pero bueno, entiendo tu inquietud de visitarla. Aun así, deberías considerar acompañarnos, tengo unas ganas de escucharlas a todas, de bailar un rato juntas, como alguna vez lo hicimos más jóvenes– esa había sido la tercera (apuesta 3).
Faltaban dos de ellas, las dos calladas por naturaleza, tímidas, con la mirada perdida, buscando el momento indicado u obligado para hacer de su participación un acto escénico, importante y justificado. El resto seguía tomando sus bebidas calientes, dejando rastro de labial en las tazas de diferentes tamaños y diseños. Esas tres, que ya habían puesto sobre la mesa su propuesta, esperaban como si supieran que las dos faltantes siempre hablaban al último, alentadas por una fuerza sobrenatural. Su mutismo no era sorpresa, lo que en algún momento había desencadenado misticismo y magia, era ahora algo natural. Seguían sin palabras, esperando todas (imagen 2).
El teléfono sonó, la tercera contestó –¿bueno?... ¿Hay alguien ahí?, ¿hola?... Si no quieres hablar voy a colgar... ¡Adiós!– se escuchó el teléfono caer sobre su base. Todas voltearon, esperando una explicación (acción 2). –Ya van tres semanas, que el teléfono suena, lo levanto, y no hay nadie del otro lado, ni un murmullo, ni un hola, nada. Y ya estoy harta– (imagen 3)
El impulso llegó, la cuarta ficha se movió: -Mi abuela decía que en las casas antiguas como esta, vivían espíritus de vidas pasadas, que conectaban el presente con otros mundos lejanos. Desde que llegamos, he sentido que nos observan– habló al fin y las demás dudaron de su sensatez. El teléfono sonó de nuevo, en un unísono las cinco voltearon (acción 3). –Lo más sensato, me parece, es quedarnos aquí, debe haber un mensaje importante, que debemos recibir, ¡probablemente sea un mensaje para la humanidad! Y nosotras, hemos sido elegidas para ser las emisoras, no podemos rechazar esta invitación de los espíritus. La magia no sucede a diario, y el día de hoy amigas, estamos presenciando algo insólito, se hablará de esto en los periódicos, y nosotras seremos los personajes de la historia– el teléfono no paraba de sonar –juntas lograremos cambiar al mundo, lo haremos la casa del bien– el teléfono no paraba de sonar –podremos por fin, viajar en el tiempo, encontrarnos con vidas pasadas, arreglarlo todo, parar guerras y disputas sin sentido– el teléfono no paraba de sonar –podré ver nuevamente a mi abuela, y decirle lo mucho que la quiero y extraño— el teléfono.... (apuesta 4)
La primera descolgó al fin –hola, ¿quién eres? Y ¿qué quieres? Porque lo único que yo quiero es convencer a estas cuatro soñadoras de irse de viaje conmigo, y ¡tu estúpida llamada lo ha cambiado todo! No me importa si eres un espíritu del más allá y llegas por la noche a asustarme, ¡Yo, sólo quiero tomar el sol y beber simultáneamente!– el café ya había hecho efecto, las cuatro la observaron con premura (apuesta 1.1). Hizo una pausa, ahora sólo escuchaba la voz del otro lado, su color fue cambiando, comenzó a palidecer, se le cayó el teléfono de la mano y lentamente se desvaneció hasta encontrar la alfombra que acarició su mejilla derecha (imagen 4).
Todas corrieron hacia ella “¿Qué ha pasado?” murmuraban, “¿Estará bien?”, “¡Llamen a una ambulancia!” (acción 4). La quinta, en medio del caos, sacó un cuaderno he hizo unas anotaciones. Con gran tranquilidad dijo –Yo no pienso desgastarme por esta alcohólica, quien no ha entendido nada. Arrogante y déspota, nunca le hemos importado, nunca nos ha tratado como iguales, siempre estableciendo jerarquías, delimitando nuestras actividades. Yo, les he traído a todas un regalo, que vengo cargando de mi último viaje. Esta piedra –y sacó del bolso un costal pesado– es lo que llamaba la tribu de las Motublés, la piedra de la unión y la igualdad, la ponían bajo su cabeza al momento de dormir, para que sus sueños se transformaran en una reflexión profunda de la vida en la tierra. Yo creo que a todas, nos falta un poco de humildad, de dejar de creernos el centro del cosmos. Y a ella –señaló a la primera– le hace falta dormir sobre un monolito –se levantó de su silla, se le acercó y le puso la piedra bajo la cabeza– esperen y verán como prontamente recupera la conciencia– (apuesta 5).
En la época Victoriana las mujeres sufrían de desmayos repentinos debido a los apretados corsets que acostumbraban usar. Esa imagen, inspiró al pintor James Tissot a crear Abandoned, en 1882.
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