Los cuadros de Elia de Emmanuelle Sanders

Por Renée de Pedro
Mayo 2018, México

Cinco personajes en escena: una niña, una mujer sin rostro, un travesti, un ser de cuernos y una anciana. El escenario: un espacio de obscuridad lleno de símbolos; símbolos objetuales, y a su vez, símbolos englobados dentro de lo humano y la figura humana que carga con ellos. Ahí estamos.

¿Quién es Elia? Como espectador, preferiría no responderlo, y es precisamente parte de la propuesta de Emmanuelle Sanders, el artista escénico detrás, quien, a pesar de dar gran flexibilidad a la interpretación de la pieza, coloca elementos clave que nadie podría dejar pasar por desapercibidos. #LaViolenciaNosSubyace, es la credencial con la que se identifica la obra ante el mundo, y es de tal forma que se nos presenta la misma, con violencia y con atrevimiento, develando verdades del México en el que vivimos, denunciando la violencia que subyace

Si bien, el hilo dramático podría ser complejo de seguir, es decir, entender con puntualidad de qué va la historia, en escena se desarrollan cuadros/momentos que describen la situación de miseria subsistente en la vida urbana. Alguien que mata por defenderse, alguien que abusa del otro, que violenta la integridad y trunca la libertad propia y ajena. México: aquí estamos.

Como sujeto central está la anciana, llevada a la luz por Viridiana Bravo, quien se transforma en un organismo donde diversas personalidades coexisten y que incluso se podría creer  se extienden a cada uno de los otros personajes. Con una relación esquizofrénica, la anciana mantiene una unión encadenada a la niña, a la mujer sin rostro, haciendo puente a los monólogos del travesti. 

De fondo y sin develar claridad, está el ser de cuernos “el alquimista”, que  cubriéndose el rostro con escrituras, es cegado con las líneas de lo sacro. Sobre los altos tacones da pequeñas notas, deambulando con una pregunta -¿qué antecede a este ramaje de encuentros?- una preocupación moral, de lo correcto y a lo que se le ha fallado. 

El mundo onírico del imaginario de Sanders, encuentra una primera aparición con esta pieza, y es precisamente lo que logra trascender a la escena, una propuesta que alcanza a tocar lo sensible dentro de lo bizarro, lo absurdo y lo fársico. Es la traducción de una historia real que sólo podría ser resultado de la particular manera en la que el artista se relaciona con su producto. Vemos a Emmanuelle en cada símbolo, en cada frase, en cada movimiento y en cada decisión. Y más allá del acierto o el virtuosismo de transformar lo real en poético, se aplaude la tajante terquedad de querer demostrar una subjetividad, una individualidad, compartir con el otro a partir de lo que se es.




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