La infinitud de la carne

Por Renée de Pedro
Mayo 2020, México


La carne concibe los límites del placer como infinitos y un tiempo infinito requeriría para ofrecérselos. Pero la mente, que ha comprendido la conclusión racional sobre la finalidad y el límite de la carne y que ha desvanecido los temores a la eternidad nos procura una vida perfecta. Y ya para nada tenemos necesidad de un tiempo infinito. Pero tampoco rehúye el placer ni, cuando los hechos disponen nuestra partida del vivir, se da la vuelta como si le hubiera faltado algo para la existencia mejor.
Epicuro, Máximas Capitales, XX




El dueto La infinitud de la carne forma parte de la investigación Let's Dance! (Aproximaciones a la felicidad epicúrea a través de la danza)A partir de la teoría epicúrea de la infinitud, David y yo trabajamos las sensaciones de ausencia del cuerpo del ser erotizado, por el que se tiene pasión, diría Michel Foucault. Más allá de enfocarnos por dibujar un cuerpo otro, nos dedicamos a identificar los procesos por los que pasa el cuerpo propio. 
     Los resultados de la investigación fueron presentados en dos momentos diferentes, en una primera etapa (febrero del 2019) estuve dentro de escena, y para la segunda etapa (junio del 2019) Rosa Villanueva adoptó mi parte.
    Dos años antes, escribí un texto que, apropiándose de ese concepto que nos llevó al acto escénico, narra la necesidad de con-tacto, necesidad de permanencia, necesidad de no terminar a orillas de la piel:



La muerte, entonces, el más estremecedor de los males, no es nada para nosotros puesto que, cuando existimos, la muerte no está presente, y cuando la muerte se presenta, entonces nosotros no existimos. No es nada, entonces, ni para los vivos ni para los muertos, precisamente porque para aquellos no existe, en tanto que éstos ya no existen. La gente, sin embargo, a veces huye de la muerte como el peor de los males y a veces la escoge como un descanso de los males de la vida.
Epicuro, Carta a Meneceo.


Tras los arbustos mantuvimos una conversación en secreto. Acostados, con mirada vertical al cielo, aproximé mi cuerpo al tuyo, clavando ésta a lo lejos. Allá arriba no había nada, era la primera vez que esto me sucedía. Nada. Y aún así no dejamos de ver, en silencio eterno, nuestros pensamientos callaron, el cuerpo siguió como la mente, dejamos de ser por un momento.
     En el transitar del A a B, donde A es el ahora y B lo incierto, recordé aquella vez tirada contigo, expectante. La misma sensación de que había algo que no sucedía, ese algo que habíamos nombrado nada.
      Para llegar a B, se hace el recorrido desde A: nombrados son los puntos, pero ¿qué es el trayecto?
      Recordé que esto empieza cuando dejo A, aquella falta de luz, que al chocar con nada, puesto que no era y no es, provocaba el vacío. No hay luz, no hay cuerpos, no hay espacio. Una mirada clavada a lo lejos, a una promesa, a una incógnita que ya por sentado sabemos que es B, pero que desconocemos en esencia de qué está hecho y cómo se habita.
        Yo soy en A, me conozco y me enfrento en A, aunque sabiendo que el trayecto que trace, sea cual sea, me llevará a B. En B no me conozco, nadie se conoce, nadie se sabe en B como en A para poder decirlo.
      ¿Cómo es preciso saber en qué momento dejamos A?, ¿en qué momento dejamos de estar en A?, ¿en qué momento llegamos y somos en B? E insisto, el deambular, donde el deseo me hace desplazarme con premura, aunque todavía en A, pero con anhelo indecible de B, ¿cómo nombrarlo?
     En el transitar de A a B, donde A es la ausencia de muerte, y B la ausencia de vida, recordé aquella vez contigo, anhelando aproximar mi cuerpo al tuyo.

(Walkin' all day with my feet on fire, tryin' to get closer to you)

      Estos dos puntos se unen por el trayecto, una línea que se traza y los cruza, o bien, los cohesiona. Pienso entonces en una simple horizontal que inicia donde A y termina donde B, empezando de izquierda a derecha, en el sentido en el que se lee en Occidente. Bajo ésta constante, no hay otra forma de llegar a B más que iniciando en A, y al terminar la recta, se termina el trayecto, termina el desplazamiento. Es una línea, un punto que se elonga pero que tiene fin, termina. Ya es nada.
     Para Epicuro no habrá por qué temerle a la muerte, puesto que significaba de forma contundente el final de todo tipo de sensación, de percepción; que después de morir, para ese cuerpo no quedaba más que la descomposición, y el alma, siendo cuerpo, a su vez, terminaba. La nada.
     En el transitar de A a B, donde A es la realidad latente de la sensación corporeizada, y B la ausencia de sensación. La nada para Epicuro. La muerte.
  Yo al lado tuyo acabo, la finitud que tiene mi cuerpo en el momento preciso en el que toca al tuyo le da sentido a la teoría epicúrea de lo infinito. Si esa barrera se corrompiera y se perdieran las fronteras de su notoria materialidad, entonces, yo en ti y tú en mí seríamos infinitos. Cuando nuestros cuerpos dialogan, se hacen infinitos por un instante, puesto que mi yo continúa en ti y el tuyo en mí. Si aproximo mi cuerpo al tuyo, si en silencio compartimos, si anhelo esa compañía, la tuya, es para no afrontar que termino, que terminamos; temor a morir. Sólo en ti por un instante dejo de morir, y, sin embargo, seguimos observando a la nada.
     Es así como A y B tienen dentro de sí limitantes, y sólo reconocemos el fin de A en el comienzo de B, y cuando B concluye, la recta misma, A por sí sola, concluye junto con B.
  Epicuro, como el primero que se detiene en la recta y deja de buscar un Areté implantado en un ideal utópico, imposible. Epicuro, como el primero que habla de una posibilidad real, corpórea, donde la única promesa es que al final del trazo, la llegada a B garantizará el fin de lo sensible. Epicuro, el que habla de la línea que se sigue de A para terminar en B.

                                                                                 *        *        *

(En las afueras de Atenas del 306 A.C., mujeres, esclavos, ancianos y niños, fueron permitidos por vez primera, practicar el arte de la filosofía en El Jardín.)
    En El Jardín, como aquella vez cuando con hermetismo los arbustos ocultaron nuestra conversación. Acostados, nuestros cuerpos en contacto por el lateral de nuestra silueta. La mirada vertical al cielo, la mirada a lo lejos. Observamos a la nada. Nada. Y aún así no dejamos de ver. Silencio eterno, pensamiento en pausa, cuerpo como la mente, dejamos de ser.
      En el transitar de A a B, donde A es la presencia permanente de dolor, y B la ausencia de éste, es entonces que B, representa el mayor placer posible ¿cómo podría encontrarse placer en la ausencia de la sensación? Reductio ad absurdum


Epicuro y todos sus sectarios, que pretenden que el alma muere con el cuerpo, tienen su cementerio hacia esta parte.
 Dante Alighieri, La Divina Comedia, Infierno, X





fotografías de Marta Moreno 



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