Ballet Metropolitano, Entre Cuerpo y Alma
Por Renée de Pedro
Abril 2016, México
En la Sala Miguel Covarrubias (C.C.U.) durante el mes de abril, se presentó la obra de la Compañía Ballet Metropolitano: Entre Cuerpo y Alma. Esta propuesta de ballet, de acuerdo con el programa de mano, narra la historia de desamor de Jorge, quien es abandonado por Vanessa y a quien le invade el recuerdo de Mariana.
La idea primaria de presentar un trabajo con un estilo que inició el siglo pasado con Los Ballets Rusos de Diaghilev (1909-1929) como algo que hoy en día puede seguir expresando una necesidad del creador/coreógrafo, me obliga a preguntarme en qué se parecen las sociedades europeas de aquel momento, con la sociedad mexicana del 2016.
La propuesta de movimiento que tiene sus orígenes en coreógrafos como Balanchine, la Nijinska, entre otros, es utilizada por Samuel Villagrán y Carlos Javier González adoptando pautas conocidas y repitiendo un lenguaje ajeno para darle forma a un argumento propio.
Con un actor de nula presencia escénica, sin una dirección corporal clara, y bailarines que tropiezan bajo el rigor de secuencias de movimiento con excesiva velocidad, Entre Cuerpo y Alma progresa temporalmente, con varios divertimentos y escenas enriquecidas con imágenes y símbolos clichés.
No podía faltar la introducción de pasos de la técnica del ballet como son los tour à la seconde (giro recurrente en las variaciones masculinas de ésta tradición), ejemplo claro del sin razón del virtuosismo clásico. Y es así, como el B.Met aprovecha para homenajear al valioso y talentoso Gustavo Herrera ¿Qué diría el maestro de esto?
Aunado a lo anterior, la elección musical denota una limitada investigación y experimentación sonora de la propuesta; la obra termina dejando una clara desilusión y decepción en los espectadores que buscábamos una nueva forma de mirar la danza y el ballet.
Y con toda responsabilidad pronuncio, que no será hasta que el bailarín y el coreógrafo asuman un compromiso auténtico con la danza, con el arte y con la sociedad, de que aquello que se pone en escena, al alcance del público, ha costado y generado un capital no sólo material sino también simbólico. Cuando se le dé la importancia real a lo que hacemos y a lo que nos dedicamos, será el día en que dejemos de copiar a otros, de plagiar otras culturas, y de posicionarnos como inferiores.
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